En un contexto marcado por una ruptura histórica, social, cultural y epistémica que pretende romper la linealidad con la cual aprendíamos, intercambiábamos información y nos relacionábamos, planteando así mismo una crítica a paradigmas y narrativas clásicos. Nacen distintas propuestas que pretenden reconfigurar la precepción social de valores, principios, conceptos y prácticas que considerábamos en una concepción moderna “superados”. Uno de estas reconfiguraciones es el concepto y práctica de la música en la cotidianidad, antes vista como un mero entretenimiento perteneciente a las elites.
Podemos decir que en la posmodernidad, la música además de ser el medio por la cual expresamos nuestras emociones, percepciones, y frustraciones se ha convertido en una técnica de sanación energética y biológica, que permite establecer métodos de curación en forma individual o colectiva, logrando al mismo tiempo encasillar al ser, en una tendencia de destrucción de los sistemas caducos.
Esta disparidad se debe, en algún modo, a la versatilidad del fenómeno musical, capaz de combinarse o de presentarse en mil modos diversos, ya que el hombre, como lo planteo Hermes Tresmegisto, en su tratado de los 7 principios universales, es vibración.
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